Las Estrellitas

miércoles, 26 de noviembre de 2008


Una noche como la estrellita estaba medio aburrida, empezó a balancearse, a la derecha y a la izquierda, a la derecha y a la izquierda, cada vez más, y más y más, tánto que tocó a la estrellita que estaba a su izquierda haciendo bing y después a la que estaba a la derecha haciendo bang , ésta musiquita le gustó mucho así que se puso a hacer más música, hasta que una estrellita que estaba delante suyo la toco haciendo bongggg , estaban las dos muy bien sincronizadas, ya que la primera hacia bin-bang y en el medio la otra hacía bongggg , todo fue muy bien hasta que las otras estrellas decidieron copiarlas también...Por todo el cielo escuchabas: bing bang bong bonggg bing-bing bang-bing bang ... Todas las estrellitas querían escuchar su propia musiquita, entonces lo hacían más fuerte, más rápido, más veces, hasta que aquello no era mas música sino un ruido ensordecedor...
¡Shhhhhhh! estrellitas, ¡¿se han vuelto todas locas?!, exclamó el sol.De repente se cayaron todas y empezaron a dormir, porque cuando el sol llega se hace se hace tarde para ellas. Una estrellita que estaba por allí atrás no dormía todavía e hizo: bin-bing-bing-bingg muy rápidamente. El sol puso sus manos en las caderas y le dijo:
¡¿Eeeehhhhhh.... pero qué pasa?!La estrellita se quedó callada un momento, pero cuando el sol dio media vuelta se reveló otra vez haciendo dos veces bing y miró disimuladamente hacia el cielo con sus manitos atrás. El sol la miró con una ceja para arriba, mandándole algunos rayos de sol.
¿Por qué no duermes tu? ¿No ves que ya he llegado? Empieza a ser muy tarde para una estrellita chiquitita como tu, dijo el sol
Es que no tengo sueño, contestó protestona la estrellita, ademas ¡todavía no es del todo de día!, le dijo caprichosa.El sol le mandó muchos rayos, y la estrellita empezó a bostezaaaar, bostezaaar y bostezar ...
No quiedo dodmiid..., logró decir antes de quedarse dormidita. El sol dio los buenos dias a todas las florcitas que se abrían para saludarlo. Y colorín colorado el cuento del día ha acabado.

LOS TRES PRÍNCIPES Y LA PLUMA DE LA PAZ


Había una vez un Rey que tenía tres hijos. Era un Rey muy malo porque tenía planes malvados. Un día un hijo suyo lo descubrió e intentó detenerlo y entonces el Rey mandó que lo introdujeran en un pudridero. Otro hijo fue a rescatar a su hermano pero lo descubrieron, entonces él también fue atrapado. El Rey se sentía angustiado por lo que había hecho con sus hijos y ordenó a sus caballeros que los sacaran.
Los meses pasaron, el Rey enfermó y al poco tiempo falleció. Antes de que esto sucediera, dejó una nota informando a sus hijos, que rey sería aquel que ganara una competencia de valentía. La competencia consistía en luchar contra el Dragón de la Montaña Roja. Los tres hermanos aceptaron el desafío y partieron hacia allá.
El camino era largo y espantoso porque siempre era de noche y nunca se veía el sol. El Dragón de la Montaña Roja era un enorme animal con cuerpo de serpiente, cola de león, patas de caballo y alas de águila. Su cola era un arma terrible. Podía volar y echar fuego por la boca. Al llegar al pie de la montaña los tres hermanos decidieron llevar a cabo el desafío haciéndolo cada uno por su lado. Entonces llegaron a un acuerdo y por sorteo le tocó al hermano menor ir primero a intentarlo.
Cuando el hermano pequeño llegó al pie de la montaña, descubrió que había una entrada secreta, en forma de cueva, que estaba tapada por el boscaje, decidió entrar y lo que vio fue un monstruo fuerte y feo que le atacó sin piedad, pero el apuesto Príncipe se defendió y lo mató con su espada.Pero cuando el Príncipe se dio la vuelta victorioso y dispuesto a salir de la cueva para contarle a sus hermanos su triunfo un terrible sonido le dejó inmovilizado de terror, un viento helado surgió de su espalda y aunque le dieron ganas de salir corriendo, la curiosidad le venció y volvió su rostro hacia atrás y cual fue su sorpresa, que al girarse, se encontró con un niño. El Príncipe le preguntó cómo había llegado hasta la cueva, y el niño respondió que había sido hechizado por una bruja malvada, encerrándolo en el corazón del monstruo y que al derrotarle había quedado liberado del hechizo y así los dos juntos salieron de la cueva dando saltos de alegría.
Fueron corriendo a contárselo a los otros dos Príncipes, y los cuatro se alegraron mucho de verse. El Príncipe más pequeño le contó a sus hermanos lo que había pasado. Los otros dos hermanos se quedaron muy sorprendidos y le preguntaron al niño: «¡es verdad eso! y ¿por qué te hechizaron?» y el niño contestó: «porque yo era el Príncipe de Francia y quería casarme con la Princesa de Italia». Esas palabras extrañaron a todos y pronto se dieron cuenta de que el niño hablaba con acertijos, por lo que su felicidad no podía ser completa, por eso decidieron enviarlo a su castillo para que descansara y pudiera recuperarse de la terrible experiencia que había vivido.
Cuando los tres Príncipes se quedaron solos se abrazaron y cada uno se marchó por un camino diferente hacia la cima de la Montaña Roja donde vivía el Dragón contra el que tenían que luchar, pero de pronto sopló un viento muy fuerte, el cuál hizo que los tres Príncipes se encontraran con el Dragón, que era más grande que un castillo de un millón de pisos. Los tres se aterrorizaron y se marcharon corriendo. Pero a mitad de camino, los tres Príncipes se dieron la vuelta y demostrando su valentía se dispusieron a luchar contra el Dragón y tras una intensa pelea consiguieron vencerle. Al cabo de unos instantes el Dragón se fue transformando lentamente en un anciano que les dijo que había sido hechizado por un malvado Rey, que a su vez era un temible brujo, y este brujo era el padre de los tres Príncipes.
Entonces los Príncipes al conocer la noticia quedaron decepcionados. La maldad de su padre había quedado sembrada por todo el reino y ellos no querían heredar nada que estuviese relacionado con el Rey (su padre). Renunciaron al reino y disfrazándose de simples campesinos emprendieron camino hacia un lejano lugar.
Viajaron hasta llegar a una tierra desconocida lejos de la maldad de su padre. Los tres hermanos sufrieron mucho pues estaban acostumbrados a la vida lujosa del palacio y el campo era algo muy diferente. Por días enteros, sufrieron hambres y miserias hasta que un día su suerte cambió, encontraron un Ave Fénix que les dijo que si rozaban a cada niño que naciera con una de sus plumas, lograrían encontrar la paz que tanto ansiaban. Entusiasmados con la idea los tres hermanos celebraron su dicha dándose abrazos y emitiendo pequeños gritos. El menor de los Príncipes tomó la pluma que el Fénix le ofrecía. Al tocarla una sensación cálida nació en la punta de sus dedos, la cual le protegió del frío. Sus hermanos le imitaron y juntos partieron rumbo a la aventura. Pero al cabo de un rato, un cuervo les robó la pluma y se la llevó a la montaña donde habitaba, un alejado lugar donde moraban pájaros gigantescos, animales tan antiguos como el principio de la Tierra. El cuervo escondió la pluma en su nido, donde sus crías esperaban desde hacía tiempo el calor suficiente para salir de su cáscara y la pluma se lo proporcionó. Cuando nacieron fue inevitable que rozaran la pluma del Ave Fénix, lo que provocó en los Príncipes un gran desasosiego, ya que las crías del cuervo eran tan malas como él, pero sucedió que cuando las crías del cuervo rozaron la pluma murieron todas porque la pluma del Ave Fénix podía vencer la maldad.
Pero todas no eran crías de cuervo; también había en el nido un huevo de paloma y con el calor que le proporcionó la pluma nació una preciosa y blanca paloma, símbolo de la paz, que ayudaría a los Príncipes a llevar en el pico la pluma del Ave Fénix por todas partes del mundo, rozando con ella a todos los niños recién nacidos. Así se fue extendiendo la paz por la tierra que, poco a poco, se fue transformando en un lugar lleno de paz, armonía y felicidad. Y así los tres príncipes volvieron a su reino dónde vivieron los tres, juntos, felices y contentos. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

El Teléfono Pinpín.


El teléfono Pinpín,
calladito en un rincón
esperando que las horas
pasen pronto en el reloj.

Cuando tú, vuelves a casa,
escucha tu voz de nuevo
y piruetas de colores
hace su cable en el suelo.

Ring, Ring, sonó, cógelo ya
que sienta tus manitas lindas
como siguen el compás.

Tu suave voz, acaricia su auricular
el eco de ese sonido
es como un osito de peluche
duerme con él, cuando no estás.

Ahora, cierra los ojitos
y ponte a soñar
mientras él vela tus sueños,
silencio, duérmete ya.

El RELOJ PEREZOSO



Dan las cuatro en el reloj.
¡Otra vez se ha dormido este perezoso!. Gritaba : Doña Ardilla.
¡Nunca llegaré a tiempo de recoger mis nueces!.
¡Lo siento!. Dijo : Ding Dong.
¡Hacía tanto frío fuera y yo estaba tan calentito aquí dentro que me dormí!.
Ding Dong era un pequeño reloj de cuco, que Doña Ardilla compró en la Feria Anual del Bosque; donde todos los animalitos venden y compran cientos de cosas que los humanos tiran.
Ellos se encargan de arreglarlas.
Allí se encuentran: estufas, lámparas, relojes, percheros, ollas , pucheros, mesas , sillas y todo lo que puedas imaginar.
Fue allí, donde Doña Ardilla encontró a Ding Dong.
Las gotas de lluvia habían caído sobre el asustado reloj y la nieve lo había vestido con un traje blanco. Le temblaban las manecillas y estaba tiritando de frío.
Doña Ardilla lo cogió en sus manitas, le quitó la nieve y se lo llevó a
su casita.
Le arropó con una manta para calentarlo y le dio una tacita de té.
El reloj no funcionaba bien, siempre atrasaba, pero la ardillita se encariñó con él.
De vez en cuando Ding Dong , le contaba historias de los humanos a Doña Ardilla. Pero siempre terminaba diciendo que prefería estar con ella, pues algunas veces era muy difícil entender a los hombres.
Ding Dong le decía: ¡Un día te quieren mucho!, ¡Otro día no te quieren nada!.
El reloj se acostumbró a vivir en el árbol de la ardilla y fue muy feliz .

ANGEL DORMIDO.


Anochece, el mundo se ha dormido entre tus labios
le meces y le arrullas lentamente
acunando el murmullo de perderle,
aunque le mimas, se escapa de tu lado.

Entre tu piel se ahogan paso a paso los gemidos,
tu cuerpo derrotado, se siente malherido,
mi pequeño ruiseñor, no tiene alas
dónde cobijar mis ojos doloridos.

Sentada en un rincón veo sollozos
que avanzan suavemente hacia mis manos
y al tomarlas frío y muerte las recorren
los sollozos, se vuelven más humanos.

Hoy se ha muerto en mis manos la mañana,
la flor de la luna de tus ojos se ha vuelto amarga
y bebo dulcemente este veneno
que se clava en mis venas como el fuego.

La luz de tu sonrisa se ha marchado
el tiempo amarra rabia y esperanza
tiñe de versos tu gélida lápida
ocaso, alba, sombra y penumbra sobre tu tumba.

Tu alma surca senderos de paz infinita
tu nombre olvidado por los hombres
suena en mi mente, como un aleluya
y tu historia llevo en mi regazo
para llorar por el mundo este desgarro.

Cuando llegué la hora de partir
tómame en tus brazos, llévame de aquí,
y la flor de luna que brota en tu cara
será mi consuelo, curará mi alma cansada.


Y en el infinito volaremos juntos,
y tendré tus risas y palabras tiernas
y no habrá mas lagrimas ni mas tristezas
seremos la fuerza de la savia nueva.

Y ahora, estoy cansada debo descansar
mis ojos ya duelen de tanto llorar
pero anhelo el día de rozar tu rostro
y sueño bajito, pronuncio tu nombre y ya no sollozo.

Caperucita Roja

jueves, 20 de noviembre de 2008


Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña? - le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita - le dijo Caperucita.
- No está lejos - pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta. La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor - dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor - siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor! - y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un serrador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

El Arbol del Ruiseñor.


Hubo una vez un lindo ruiseñor que hacía su nido en la copa de un gran roble. Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos.
La vida volvía a nacer entre sus ramas. Las hojas crecían y crecían. También lo hacían los polluelos del pequeño pajarito.
Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas.
Algunas ardillas curiosas se acercaban para ver como los polluelos picoteaban el cascarón hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello. Empujaban con fuerza y lograban salir hacia fuera.
Sus plumitas estaban húmedas. En unas cuantas horas se habrían secado y los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba.
El árbol estaba orgulloso de ellos. Él también era envidiado por los demás árboles no sólo por tener al ruiseñor sino por la belleza de su tronco y sus hojas. Era grandioso verlo en primavera.
Al llegar el otoño, las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo. Con gran tristeza caían, pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad. Al pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas.
Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra. Revoloteaba haciendo piruetas, buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas, unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos.
Un día un hongo fue a vivir con él. Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi, bueno, tenía un nombre muy raro, pero ellos le llamaban así.
El roble comenzó a sentirse enfermito, tenía muchos picores y su piel se arrugaba.
De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco.
Estaba un poco descolorido, ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés jugaran alrededor de sus raíces.
Él hongo estaba celoso del árbol y de su amistad con el ruiseñor.
Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él, envidioso de su amor no le importó hacerle sufrir.
Los demás animales convencieron al hongo para que abandonara al árbol. Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza.
A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer.
El hongo aprendió una gran lección, su poder y su fuerza debía utilizarlas, para algo bueno, para crear, no para destruir.